A partir del 14 de enero, cuando la Congregación General aceptó su renuncia, el Padre Kolvenbach se ha convertido en un miembro más de la comunidad, sin privilegios ni distinción.
La única cosa que le diferencia de los demás es el uso de la sotana, cortada al modo oriental, que siempre ha vestido. En el aula ocupa el asiento 207, asignado por orden alfabético.
Ni siquiera una vez ha intervenido en la discusión a pesar de que las cartas e instrucciones que envió a la Compañía durante sus 25 años de gobierno han sido las fuentes más citadas en los documentos que prepara la Congregación General 35.
El Padre Nicolás tomó la palabra y logró combinar maravillosamente un profundo sentimiento de gratitud por parte de la Congregación y de la entera Compañía junto con un humorismo de buena ley que evitara malestar en el Padre Kolvenbach tan reacio a cualquier expresión de alabanza dirigida a él.
El secreto había sido celosamente guardado ante el temor de que si llegara a sus oídos el Padre Kolvenbach hubiera encontrado razones para no estar en el aula.
Por eso, continuó el Padre Nicolás con sonrisa maliciosa, “lo hemos raptado”.
A continuación el Secretario de la Congregación se desplazó al sitio del Padre Kolvenbach para entregarle un icono, tradicional regalo de despedida en la Iglesia Oriental.
El icono se eligió, añadió el Padre General, pensando que sería el único regalo que no acabaría en las manos de la primera persona que el Padre Kolvenbach encontrara al abandonar el aula.
El Padre Kolvenbach recibió el icono, lo besó y lo levantó por encima de su cabeza para mostrarlo a todos que, en pie, le tributaban un largo, largísimo aplauso.
El Padre Kolvenbach volvió a su puesto, se sentó digna y serenamente, hasta que con un gesto consiguió poner fin al interminable aplauso.
El 2 de marzo el Padre Kolvenbach dejó Roma para emprender un corto viaje a Alemania. Volverá a la Curia el 7 para continuar el 9 rumbo a su nuevo destino en el Líbano.
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