lunes, 15 de junio de 2009

Por el amor las cosas pueden cambiar para bien, dice Benedicto XVI

Miles de peregrinos rezaron el Ángelus dominical en la Plaza de San Pedro con el Papa Benedicto XVI, quien al introducir la oración mariana en el día en que la Iglesia en Italia, y en varios países, celebra la fiesta del Corpus Domini recordó que el amor verdaderamente existe y esto permite que podamos esperar en que las cosas puedan mejorar.

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“El Corpus Domini es un día que abarca la dimensión cósmica, el cielo y la tierra. Evoca antes que nada esta estación tan bella en que la primavera da paso al verano, el sol es fuerte en el cielo y en los campos madura el trigo. En el centro de esta fiesta está el signo del pan, fruto de la tierra y del cielo. Por ello el pan eucarístico es el signo visible de Aquél en quien cielo y tierra, Dios y hombre, se han vuelto una sola cosa”, dijo el Pontífice.

Así mismo agregó que “la solemnidad del Corpus Domini está íntimamente relacionada con Pascua y con Pentecostés: la muerte y resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu Santo son sus presupuestos”.

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“Además está relacionada –continuó- con la fiesta de la Trinidad. Solamente porque Dios mismo es relación, puede haber una relación con Él; y solamente porque el amor puede amar y ser amado. De este modo el Corpus Domini es una manifestación de Dios, una afirmación de que Dios es amor”.

Más adelante afirmó que “esta fiesta nos habla del amor divino, de aquello que es y de aquello que hace. Por ejemplo nos dice que éste se regenera en el donarse, se recibe en el darse, no se consuma. El amor transforma todo lo que existe, y se entiende entonces que en el centro de la hodierna fiesta está el misterio de la transubstanciación, signo de Jesús-caridad que transforma el mundo. Mirándolo y adorándolo podemos decir: sí, el amor existe, y porque existe, las cosas pueden cambiar para bien y nosotros podemos tener esperanza. Es la esperanza que proviene del amor de Cristo la que nos da la fuerza de vivir y de afrontar las dificultades”.

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Finalmente el Santo Padre habló de María, la “Mujer Eucarística” como la llamaba Juan Pablo II; “aprendamos de Ella a renovar continuamente nuestra comunión con el Cuerpo de Cristo, para amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado”.

Seguidamente el Papa rezó el Ángelus, saludó en diversos idiomas e impartió su Bendición Apostólica.