Benedicto XVI inició su último día en los Estados Unidos con un momento de oración en la Zona Cero, en la vorágine bajo aquello que fueron las dos torres. Cielo gris, ventarrones, las noches meditativas de la suite para violonchelo de Bach.
El Papa se arrodilla largo rato en silencio. Después da la bendición y reza. Por las víctimas inocentes y por “los primeros heroicos socorristas”.
Por la “curación” de los heridos y de sus familiares. Por la conversión "aquellos cuyas mentes y corazones están nublados por el odio".
Completamente diferente el escenario de la tarde, para la misa en el Yankee Stadium.
En la homilía, Benedicto XVI derrama una ola de optimismo sobre los fieles que llenan las graderías. Los llama a la autoridad y a la obediencia, "palabras que no se pronuncian hoy fácilmente". Pero sobre todo desata un himno a la libertad cristiana, en un país que él ve que congenia tanto con ella.
La libertad cristiana, dice el Papa, es lo opuesto a "los falsos evangelios de libertad y felicidad" y de "la falsa dicotomía entre la fe y la vida política". Es una libertad que se nutre de "las verdades inmutables que se fundamentan en Cristo". El aplauso más fuerte de los fieles se da cuando dice que este binomio entre libertad y verdad es el único que puede defender a "los más indefensos de todos los seres humanos, como los niños que están aún en el seno materno".
Benedicto XVI ve en acto en los católicos americanos una dinámica muy prometedora, capaz de resurgir de sus pecados. Sobre el escándalo de los abusos sexuales el Papa ha sido involucrado y severo. Ha tomado también sobre sí el cargo de las culpas. El gesto más tocante e inesperado de sus seis días de viaje ha sido el encuentro con cinco víctimas de los abusos sexuales. El encuentro fue a puertas cerradas, sin cámaras que filmaran. Pero al hablar en público de este escándalo el Papa ha sido tan claro que el encuentro silencioso no tenía necesidad de ninguna didascalia y ha sido entendido y aprobado prácticamente por todos.
Estos gestos silenciosos y al mismo tiempo muy elocuentes no son algo nuevo en Benedicto XVI. Uno anterior ha sido el de la Mezquita Azul en Estambul. Aunque rezando en silencio hacia la Meca, el Papa no generó ningún equívoco. En Ratisbona ya había dejado las cosas claras.
[Benedicto XVI pronunció la homilía en inglés. Pero al final agregó en español las siguientes palabras]
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, les saludo con afecto y me alegro de celebrar esta Santa Misa para dar gracias a Dios por el bicentenario del momento en que empezó a desarrollarse la Iglesia Católica en esta Nación. Al mirar el camino de fe recorrido en estos años, no exento también de dificultades, alabamos al Señor por los frutos que la Palabra de Dios ha dado en estas tierras y le manifestamos nuestro deseo de que Cristo, Camino, Verdad y Vida, sea cada vez más conocido y amado.
Aquí, en este País de libertad, quiero proclamar con fuerza que la Palabra de Cristo no elimina nuestras aspiraciones a una vida plena y libre, sino que nos descubre nuestra verdadera dignidad de hijos de Dios y nos alienta a luchar contra todo aquello que nos esclaviza, empezando por nuestro propio egoísmo y caprichos. Al mismo tiempo, nos anima a manifestar nuestra fe a través de nuestra vida de caridad y a hacer que nuestras comunidades eclesiales sean cada día más acogedoras y fraternas.
Sobre todo a los jóvenes les confío asumir el gran reto que entraña creer en Cristo y lograr que esa fe se manifieste en una cercanía efectiva hacia los pobres. También en una respuesta generosa a las llamadas que Él sigue formulando para dejarlo todo y emprender una vida de total consagración a Dios y a la Iglesia, en la vida sacerdotal o religiosa.
Queridos hermanos y hermanas, les invito a mirar el futuro con esperanza, permitiendo que Jesús entre en sus vidas. Solamente Él es el camino que conduce a la felicidad que no acaba, la verdad que satisface las más nobles expectativas humanas y la vida colmada de gozo para bien de la Iglesia y el mundo. Que Dios les bendiga.
