miércoles, 11 de febrero de 2009

Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes

El 11 de febrero de 1858, tres niñas, Bernadette Soubirous, de 14 años, su hermana Marie Toinete, de 11 y su amiga Jeanne Abadie, de 12 salieron de su casa en Lourdes para recoger leña. Camino al río Gave, pasaron por una gruta natural donde Bernadette escuchó un murmullo y divisó la figura de una joven vestida de túnica blanca, muy hermosa, ceñida por una banda azul y con un rosario colgado del brazo.

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Se acercó y comenzaron a rezar juntas, para luego desaparecer.
Por un período de cinco meses, la Virgen se le apareció a la niña, en medio de multitudes que se acercaban para rezar y poder observar a la hermosa señora, pero la Virgen sólo se le aparecía a la niña.

En reiteradas ocasiones, Bernadette fue víctima de desprecios y burlas por parte de las autoridades eclesiales y civiles de pueblo, pero la niña se mantuvo firme en su fe mariana sobre todo en el especial pedido que la Virgen le había encargado: la construcción de una capilla sobre la gruta y la realización de una procesión.

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Luego de la última aparición ocurrida en16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, Bernadette ingresó a la orden religiosa de las hermanas enfermeras, a la edad de 22 años, y permaneció allí hasta su muerte a los 34 años de edad.

Fe, esperanza y caridad "son la escalera" a la verdadera vida, recuerda el Papa

ppbxviclimaco110209 En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Benedicto XVI destacó, recordando las palabras de San Juan Clímaco, que "solo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad"; y que la fe, la esperanza y la caridad constituyen "la escalera" que nos permite alcanzar la verdadera vida.

En su catequesis de hoy, con la que inicia un ciclo sobre los grandes escritores de la Iglesia en Oriente y Occidente en el medioevo, el Papa se refirió a San Juan Clímaco, quien naciera en el año 575 y cuya principal obra fue la "Scala", de gran actualidad para nuestro tiempo pues "describe la escalada de la vida humana hacia Dios".

Benedicto XVI explicó que Juan Clímaco nació en Bizancio, la actual Palestina, en medio de la peor crisis del Imperio Romano de Oriente. A los 16 años se convirtió en monje en el monte Sinaí y se hizo discípulo del Abad Martirio. Hacia los 20 años se hizo eremita y durante 40 años vivió de esta forma. Falleció hacia el año 650.

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Seguidamente el Papa explicó que su obra ya mencionada, llamada en Occidente "Escalera al Paraíso" o "Escalera para subir al Cielo", constituye "el camino del monje de la renuncia al mundo hasta la perfección del amor". Tras explicar que esta obra está compuesta por 30 capítulos, en los que cada uno es una "grada hacia el Cielo", el Santo Padre precisó que, a simple vista, esta obra de San Juan Clímaco podría no tener injerencia para los tiempos actuales, pero sí la tiene.

"Si observamos –prosigue el Papa– un poco más de cerca, veremos que esta vida monástica es solo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano. Muestra, por así decir, en grandes caracteres lo que nosotros escribimos día a día en caracteres pequeños. Se trata de un símbolo profético que revela que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte y resurrección. Y para mí es particularmente importante el hecho que el vértice de la 'escalera', las últimas gradas sean al mismo tiempo las virtudes fundamentales, iniciales, más simples: la fe, la esperanza y la caridad".

Benedicto XVI precisa luego que estas virtudes "no son solo accesibles a los héroes morales, sino que son un don de Dios para todos los bautizados: en ellas crece también nuestra vida. El inicio y también el fin, el punto de partida y de llegada: todo el camino apunta siempre a una radical realización de fe, esperanza y caridad. En estas virtudes la escalada está presente. Fundamentalmente en la fe, porque tal virtud implica que deba renunciar a mi arrogancia, a mi pensamiento, a la prisa de juzgar solo, sin confiarme a los otros".

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Es necesario, dice el Papa, "este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual" para superar pensamientos de arrogancia que a veces nos hacen decir "soy mejor en este mi tiempo del siglo XXI, de lo que se pudiese saber en los tiempos de entonces".

Lo que ha de hacerse, alienta el Santo Padre, es "confiarse solamente a las Sagradas Escrituras, a la Palabra del Señor, confiarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así en la vastedad enorme del mundo universal, del mundo de Dios. De este modo crece nuestra alma, crece la sensibilidad del corazón hacia Dios".

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Justamente, "dice Juan Clímaco que solo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad. La esperanza en la cual trascendemos las cosas de cada día, no esperamos el éxitos en nuestros días terrenos, sino que esperamos al final la revelación de Dios mismo. Solo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se hace grande y podemos soportar las fatigas y las desilusiones de cada día, podemos ser buenos con los otros sin esperar recompensa".

Finalmente, Benedicto XVI explicó que "solamente si está Dios, esta esperanza grande a la que tiendo, puedo cada día dar pequeños pasos en mi vida y así aprender la caridad. En ella se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla, que tiende sobre todo a tocar el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usando entonces esta 'escalera' de la fe, de la esperanza y de la caridad, llegaremos así a la verdadera vida".