PANAMA, sábado 17 de julio 2010.- Llegó por fin el día tan esperado por todos los amigos de Don Bosco en Centro América. El Santo finalmente puso pie en estas tierras. En Panamá, para ser más precisos.
Con cierta premura nos fuimos congregando en el aeropuerto Allbrook, de la antigua zona americana del canal. El sol panameño comenzó a atormentarnos. No había una sombra que nos protegiera. Con insistencia y buena suerte un grupo de privilegiados pudimos guarecernos en la oficina principal. El resto de los mortales quedaron fuera de la alambrada, mortificados por el intenso calor.
Con media hora de retraso apareció el pequeño avión portando nuestro precioso tesoro. Cámaras de todo tipo comenzaron a encenderse, desde los humildes teléfonos celulares hasta las monstruosas cámaras de los periodistas de TV, con su conexión satelital.
El paso de la urna del avión a la carroza tuvo un ceremonial mínimo. Urgía llevarla al Instituto Técnico. El ingreso de Don Bosco a la ciudad de Panamá fue digno de un héroe. Una larga caravana de vehículos recorrió la deslumbrante avenida Balboa llamando la atención del río de vehículos que circulaban en dirección contraria.
La llegada de Don Bosco al Técnico fue electrizante. Allí se había congregado una multitud exaltada. La entrada de la carroza despertó emociones hondas. La urna, elevada en su carroza, magnetizaba las miradas de la muchedumbre apretujada. Aplausos y vivas descargaban el hechizo común.
Los niños y niñas de primaria tuvieron el privilegio de recibir a Don Bosco en la entrada de su colegio. Niñas con aires de princesas bellísimas, niños con sus trajes típicos pusieron el toque cálido del folklore panameño.
En la bella iglesia esperaban a Don Bosco los alumnos de secundaria. La urna entró precedida del arzobispo José Domingo Ulloa, del inspector Luis Corral y de los dos directores salesianos, Oscar Rodríguez y Carlos Vilanova. Nuevamente, aplausos, cantos y gritos emocionados. La vibrante música panameña es la más indicada para hacer explotar las emociones.
De repente, la asamblea se sumergió en una oración colectiva, que llevó a los asistentes a ir más hondo. No se pretendía un show de emoción a flor de piel, sino un encuentro con el padre que impulsaba a sus hijos a la santidad.
Luego los jóvenes tuvieron la oportunidad de desfilar uno por uno junto a la urna, para comunicarse personalmente con su santo, aunque fuera mediante una intensa mirada fugaz.
Posteriormente la urna iría al gimnasio del colegio para encontrarse con los bulliciosos jóvenes de los grupos juveniles. Allí pasaría la noche arropado en el cariño exuberante de la población panameña.
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