Hablando ante más de 30.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro para la audiencia general de los miércoles, el Papa Benedicto XVI dedicó la catequesis a la alegría del tiempo pascual que “ningún sufrimiento o pena pueden borrar” y subrayó, contradiciendo algunas escuelas de interpretación bíblica, que la resurrección del Señor es un hecho histórico auténtico, y no un mito.
El Santo Padre, que se trasladó en helicóptero desde la residencia de verano de Castelgandolfo, recordó que “la novedad sorprendente de la Resurrección es tan importante que la Iglesia no deja de proclamarla, prolongando su recuerdo especialmente el domingo, que es el día del Señor y la Pascua semanal del pueblo de Dios”.
“Para nuestra fe y nuestro testimonio cristiano es fundamental proclamar la resurrección de Jesús como un hecho real, histórico y atestiguado por muchos testigos acreditados. Lo afirmamos resueltamente porque, también en nuestra época, no faltan los que intentan negar su historicidad limitando el relato evangélico a un mito”.
Benedicto XVI explicó que “ciertamente la resurrección no fue para Jesús un simple regreso a su precedente vida terrenal”, sino “el paso a una dimensión de vida profundamente nueva”, que “implica a toda la familia humana, a la historia y al universo”.
Este evento, prosiguió el Papa, “cambió la vida de los testigos oculares” y “a lo largo de los siglos generaciones enteras de hombres y mujeres lo acogieron con fe y lo testimoniaron incluso con el martirio”.
“Con San Agustín proclamamos: ‘La resurrección de Cristo es nuestra esperanza’ y nuestro futuro”, dijo el Papa y agregó que “ en la resurrección de Cristo se funda nuestra sólida esperanza y ésta ilumina nuestra peregrinación terrenal que incluye el enigma humano del dolor y la muerte”.
“La fe en Cristo crucificado y resucitado es el corazón de todo el mensaje evangélico, el núcleo central de nuestro Credo”, prosiguió el Pontífice; al destacar que “en el misterio pascual se cumplen las palabras de la Escritura”.
Este misterio, explicó luego “encierra una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo hasta el final ‘carne’, ‘historia’, ‘humana’”.
“En la Pascua Dios se revela a si mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila las fuerzas destructoras del mal y la muerte”, concluyó.
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