jueves, 21 de febrero de 2008

Audiencia Papal

En la mañana del 21 de febrero no ha habido sesión en el aula de la Congregación. Sobre las diez de la mañana los primeros congregados se dirigían hacia el Vaticano, donde Su Santidad Benedicto XVI ha recibido en audiencia privada a los delegados de la Congregación General 35.




Eran algo más de las 11.30h cuando el Papa recibió a los más de doscientos jesuitas en la vaticana sala Clementina, en un entrañable acto de media hora de duración. Tras los saludos iniciales, el Padre General Adolfo Nicolás dirigió unas palabras al Santo Padre agradeciendo la audiencia y haciendo eco del trabajo de la Congregación General especialmente en relación a la carta que Benedicto XVI envió al Padre Kolvenbach al comienzo de la misma.

Las palabras del Santo Padre comenzaron con un cercano agradecimiento al Padre Kolvenbach por su servicio liderando la Compañía de Jesús por casi un cuarto de siglo.
A continuación Su Santidad recorrió ejemplos de la historia de la Compañía animando a los Jesuitas a renovar su empeño al Servicio de la Iglesia y de la humanidad. En su discurso, Benedicto XVI recordó a la Compañía la acuciante necesidad de proclamar la fe en un mundo en constante cambio y necesitado de palabras de esperanza y salvación. Con palabras de gran cercanía, el Santo Padre recordó el coraje de los primeros jesuitas, y animó a la Compañía a renovar su misión en la investigación teológica, diálogo interreligioso, y diálogo con la cultura.



Durante la audiencia que concedió a los miembros que participan en la 35 Congregación General de la Compañía de Jesús, que recientemente eligió al P. Adolfo Nicolás como Prepósito General, el Santo Padre comenzó reconociendo que "vuestra congregación se desarrolla en un periodo de grandes cambios sociales, económicos, políticos; de marcados problemas éticos, culturales y ambientales, de conflictos de todo tipo; pero también de comunicaciones más intensas entre los pueblos, de nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo, de profundas aspiraciones a la paz".

"La Iglesia tiene necesidad urgente de personas de fe sólida y profunda, de cultura seria y de sensibilidad humana y social genuina, de religiosos y sacerdotes que dediquen su vida a estar en estas fronteras para testimoniar y ayudar a comprender que existe una armonía profunda entre fe y razón, entre espíritu evangélico, sed de justicia y empeño por la paz", dijo el Pontífice.

La Compañía de Jesús, continuó Benedicto XVI, "fiel a su mejor tradición, debe seguir formando con gran atención a sus miembros en la ciencia y en la virtud, sin conformarse con la mediocridad porque la tarea de la confrontación y del diálogo con los contextos sociales y culturales muy diversos y las mentalidades diferentes del mundo de hoy es una de las más difíciles y costosas".

"Mientras tratáis de construir puentes de comprensión y de diálogo con quienes no pertenecen a la Iglesia o tienen dificultad para aceptar sus posiciones y sus mensajes, tenéis que haceros cargo con lealtad del deber fundamental de la Iglesia de mantenerse fiel a su mandato de adherir totalmente a la Palabra de Dios, y de la tarea del Magisterio de conservar la verdad y la unidad de la doctrina católica en su integridad", agregó el Papa.

"Esto –subrayó- es válido no solo para el compromiso de cada jesuita: como trabajáis como miembros de un cuerpo apostólico, tenéis que estar también atentos para que vuestras obras e instituciones conserven siempre una clara y explícita identidad, para que el fin de vuestra actividad apostólica no sea ambigua u oscura, y para que tantas otras personas puedan compartir vuestros ideales y unirse a vosotros eficazmente y con entusiasmo, colaborando a vuestro compromiso de servicio de Dios y del ser humano".

El Santo Padre señaló luego que "los temas, sobre los que hoy se discute y se ponen en duda, como el de la salvación de todos los hombres en Cristo, la moral sexual, el matrimonio y la familia, deben considerarse en el contexto de la realidad contemporánea, pero conservando aquella sintonía con el Magisterio que evita provocar confusión y desconcierto en el Pueblo de Dios".

El Santo Padre animó a los padres jesuitas a "seguir y a renovar" su misión entre los pobres y con los pobres. "Para nosotros -dijo-, la elección de los pobres no es ideológica, sino que nace del Evangelio".

Además de "esforzarse por comprender y combatir las causas estructurales" de las situaciones de injusticia y de pobreza, también "es necesario -añadió- combatir hasta en el mismo corazón del ser humano las raíces profundas del mal, el pecado que lo separa de Dios, sin olvidarse de atender las necesidades más urgentes en el espíritu de la caridad de Cristo".

Benedicto XVI señaló que comprende que éste es "un punto particularmente sensible", para algunos jesuitas; "precisamente por ello os he invitado y os invito también hoy a reflexionar para encontrar el sentido más pleno de aquel característico 'cuarto voto' vuestro de obediencia al Sucesor de Pedro, que no implica solamente la prontitud a ser enviados en misión a tierras lejanas, sino que también – en el más genuino espíritu ignaciano de 'sentir con la Iglesia y en la Iglesia' – a 'amar y servir' al Vicario de Cristo en la tierra con aquella devoción 'afectiva y efectiva' que debe hacer de vosotros sus valiosos e insustituibles colaboradores en su servicio para la Iglesia Universal".

El Papa tuvo también palabras de aliento acerca de la misión de la Compañía con y para los más pobres, y remarcó el ministerio específicamente jesuítico de los Ejercicios Espirituales, el Papa pidió que siguieran siendo:

"un instrumento precioso y eficaz para el crecimiento espiritual de las almas", porque "los Ejercicios Espirituales representan un camino y un método particularmente precioso para buscar y encontrar el rostro de Dios, en nosotros, y a nuestro alrededor y en todas las cosas, para conocer su voluntad y ponerla en práctica".

Antes de escuchar las palabras del Papa, el nuevo prepósito general, el padre Adolfo Nicolás, le dirigió el siguiente saludo:

* * *

Beatísimo Padre,

Deseo que mi primera palabra a nombre mío y de todos los presentes, sea un caluroso «gracias» a Vuestra Santidad que ha querido benignamente recibir hoy a todos los miembros de la Congregación General reunida estos días en Roma, después de haberle dado el precioso don de una carta que, por su contenido y su tono positivo, alentador y afectuoso, ha sido recibida con gran aprecio por toda la Compañía de Jesús.

Sentimos, ciertamente, gratitud y un fuerte lazo de comunión al vernos confirmados en nuestra misión de trabajar en las fronteras: allí donde de debaten la fe y la razón; la fe y la justicia, la fe y el saber, así como en el campo de la reflexión y responsable investigación teológica.

Estamos agradecidos a Su Santidad por habernos exhortado una vez más a perseverar en nuestra tradición ignaciana de servicio allí donde el Evangelio y la Iglesia se enfrentan con el mayor desafío: un servicio que a veces pone en peligro la propia tranquilidad, la reputación y la seguridad. Por eso, es motivo de gran consolación constatar que Vuestra Santidad está al corriente de los peligros a que tal empeño nos expone.

Permítame, Santo Padre, que vuelva otra vez a la benévola y generosa carta que ha dirigido a mi predecesor, el Padre Kolvenbach, y a través de él a todos nosotros. La hemos recibido con un corazón abierto; la hemos meditado, hemos reflexionado sobre ella, hemos cambiado impresiones y estamos decididos a transmitir a toda la Compañía de Jesús su mensaje y la necesidad de aceptarlo incondicionalmente. Nos proponemos, además, llevar el espíritu de tal mensaje a todas nuestras estructuras de formación y, a partir de ahora, crear ocasiones de reflexión y diálogo sobre su contenido. Ocasiones que serán de ayuda a nuestros compañeros empeñados en la investigación y el servicio.

Nuestra Congregación General, a la que Vuestra Santidad ha hecho sentir su paternal aliento, busca en la oración y discernimiento el camino hacia una renovación del empeño de la Compañía al servicio de la Iglesia y de la humanidad.

Lo que nos inspira y nos impele es el Evangelio y el Espíritu de Cristo: sin la centralidad del Señor Jesús en nuestra vida, nuestras actividades apostólicas no tendrían razón de ser. Del Señor Jesús aprendemos a estar cerca de los pobres, de los que sufren y de los excluidos de este mundo. La espiritualidad de la Compañía de Jesús brota de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Y es precisamente a la luz de los Ejercicios Espirituales - fuente de inspiración de las Constituciones de la Compañía - que la Congregación General examina estos días nuestra identidad y nuestra misión. Los Ejercicios Espirituales, antes que ser un instrumento inapreciable de apostolado, son para los el jesuita la medida de su propia madurez espiritual.

En comunión con la Iglesia y guiados por su magisterio buscamos dedicarnos con dedicación al servicio, al discernimiento y a la investigación. La generosidad de tantos jesuitas que trabajan denodadamente por el Reino de Dios hasta dar su propia vida no atenúa el sentido de responsabilidad que la Compañía siente tener en la Iglesia. Responsabilidad que Su Santidad confirma en su carta cuando dice que «la obra evangelizadora de la Iglesia cuenta con la responsabilidad formativa que la Compañía tiene en el campo de la teología, de la espiritualidad y de la misión. Junto con el sentido de responsabilidad debe acompañaros la humildad, reconociendo que el misterio de Dios y del hombre es mucho más grande que nuestra capacidad de comprensión».

Nos entristece, Santo Padre, que la inevitable limitación y superficialidad de algunos de entre nosotros vengan usadas a veces para dramatizar y presentar como conflicto y oposición lo que en muchos casos no pasa de ser manifestación de nuestros límites y de la imperfección humana, o de las inevitables tensiones de la vida cuotidiana.

Nada de esto, sin embargo nos desanima ni apaga nuestra pasión no sólo por servir a la Iglesia sino con mayor radicalidad aún, conforme al espíritu y la tradición ignaciana, amar a la Iglesia jerárquica y al Santo Padre, Vicario de Cristo.

«En todo amar y servir». Este es el retrato de Ignacio. Esta es la carta de identidad del auténtico jesuita.

Por eso consideramos muy significativo para nosotros este encuentro con Su Santidad en la vigilia de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, día de oración y de unión con el Papa y su altísimo servicio de magisterio universal que nos permite presentarle nuestros mejores deseos.

Y ahora, Santo Padre, estamos dispuestos, prontos y deseosos de escuchar sus palabras.

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