miércoles, 28 de enero de 2009

Nota de Realidad

ESCRIBE CRISTINA AMAYA

LOS VIEJITOS SE LAS VEN A PALOS EN EL SALVADOR

Con 82 años de edad, e incontables penas y miserias encima, “El Viejito”, como le llaman vendedores de los alrededores de la 1ª Calle Poniente y 4ª avenida norte de San Salvador, diariamente se levanta a las 3:30 de la madrugada en busca de su alimento.

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Su nombre es Mauro Rodríguez, originario de Sensuntepeque, departamento de Cabañas. A su edad ya no recuerda exactamente las razones por las que emigró a San Salvador, tampoco desde cuándo deambula en ellas.

Sí recuerda que procreó siete u ocho hijos, pero ninguno de ellos se acuerda de él.

“Yo tenía familia, mis hermanos ya se murieron, así que yo he quedado solo, yo aquí paso y de posada me quedo a dormir allí en ese portal”, cuenta don Mauro.

“Los hijos se olvidan de uno, no se acuerdan si yo como, si estoy enfermo, así que yo a Dios le dejo todo”, con voz débil, se lamenta don Mauro.

Don Mauro se ingenia cómo obtener unos centavos para poder comprar alimento: ha improvisado un viejo carretón de madera en el que vende unos cuantos chicles, cigarros y fósforos. Además en ese mismo cachivache atesora sus riquezas: unos cuantos trapos, ropa y una radio que apenas suena.

Las horas transcurren, nadie se detiene y ni siquiera se percatan de la poquísima venta de Don Mauro, quien cotidianamente se instala en las afueras del edificio Ferrer, ubicado sobre la 1ª Calle Poniente, justo a la entrada de una venta de zapatos.

“Lo más tarde que me pongo es a las 4 (de la madrugada). Ya me pongo para ver que caye”, comenta Don Mauro, lleno de esperanza.

“El Viejito” probablemente integre las cifras de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples del año 2007, realizada por la Dirección General de Estadísticas y Censos, en las que se asegura que la población adulta mayor en El Salvador es de 593,933 personas, es decir el 10.3% del total de habitantes (5,744,575).

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Lamentablemente él se suma al listado de adultos mayores que no “gozan” de una cobertura social. De acuerdo a las cifras oficiales, de aquel 10.3%, sólo un 20% tiene acceso al beneficio estatal. El 80% restante deambula por las calles vendiendo alguna cosita o pidiendo limosna.

En medio del tráfico, humo de los automóviles, ruido de bocinas, gritos de vendedores y el correr de los transeúntes, don Mauro espera por algún comprador para poder obtener su alimento: un vaso de café, y si alcanza un pan francés.

“Yo no saco ganancia, quizá la ganancia será algún vasito de café que compro o un pan y ese es el almuerzo que hago”, se lamenta.

Abandonado por sus hijos, despreciado y marginado por la sociedad, se refugia en la fe de su Dios. Aunque quiera aumentar su venta con galletas, variedad de dulces y otros productos, no puede; la misericordia no llega.

“Yo quisiera que me ayudaran con centavos para mantener el negocito éste, mientras se me llega el día”, pide don Mauro.

Cuando él no ha logrado reunir $0.50 centavos, con lo que podría comprar su “almuerzo”, uno que otro vendedor se apiada de él y le regala una tortilla y queso, para que así pueda acallar el crujir del estomago.

“Ceno allá de vez en cuando, cuando la gente es caritativa y me regala un poquito de comida”, afirma.

Pero la compasión de los seres humanos, cuando existe, es poca. Dos meses atrás “El Viejito” contaba con el permiso del dueño de uno de los edificios ubicados sobre la 1ª Calle Poniente en San Salvador para poder pasar la noche dentro del inmueble y resguardarse de las inclemencias del tiempo. Lamentablemente el dueño murió. El nuevo empresario y vigilante, despiadadamente, lo sacó a la calle.

“Uno que viene a supervisar le mandó a poner candados al edificio, ahí tenía mi ropa y ya no me dejaron entrar…me gueviaron las camisas y pantalones que me habían regalado, así que no las estrené…me sacaron en el tiempo en que estaba haciendo aquel gran frío y nortazo”, comenta don Mauro.

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Crítica realidad
“La realidad de los adultos mayores es bastante precaria. La pensión que reciben los que cuentan con ese beneficio no es acorde al costo de la vida”, afirma Lila Vega, directora ejecutiva de la Fundación Salvadoreña de la Tercera Edad (FUSATE).

Pese a que en El Salvador existen disposiciones legales como La Ley de Atención Integral para la Persona Adulta Mayor, el Consejo Nacional de Atención Integral a los Programas de los Adultos Mayores (CONAIPAM), apéndice de la Secretaria Nacional de la Familia, los abuelitos continúan viviendo en condiciones indignas.

“Las políticas existen, el problema es que no se impulsan, sólo están en el papel… No hay consultas especializadas para el adulto mayor, no hay medicinas, muchos tienen que pagar por la atención medica”, lamentó Vega.

Los adultos mayores como don Mauro, que no tienen una prestación social y que son indigentes, deben arreglárselas para sobrevivir.

RECORDEMOS EL 4 MANDAMIENTO:

AMAR A PADRE Y MADRE

A veces no tratamos a nuestros padres con el respeto que se merecen, y es nuestra obligación cuidar de ellos en la ancianidad, si bien es cierto que el gobierno no tienen políticas adecuadas para esto nosotros tenemos nuestro corazón y deseo de poder paliar esta situación.

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