jueves, 14 de febrero de 2008

Cosas que nunca te dije.

ESCRIBE: Jose Ignacio García, SJ

En el año 1983 se produjeron dos hechos singulares en la Compañía de Jesús. En septiembre fue nombrado General de la Compañía el P. Kolvenbach; y en octubre del mismo año yo entraba en el noviciado.
Objetivamente, dos hechos de muy diferente importancia para la Compañía.

Formo parte de esa generación, ya generaciones, que hemos entrado y vivido en su generalato. Su magisterio nos ha acompañado en las diferentes etapas de formación. Nos fuimos estrenando con sus cartas, en mi caso fue con la que escribió sobre el período entre el noviciado y el magisterio.
La “integración personal de la dimensión espiritual, apostólica, comunitaria e intelectual de la formación” fue el esquema de muchas, muchísimas, de nuestras reuniones de comunidad durante esos años.



Su carta sobre los estudios especiales llegó cuando ya los estaba terminando.
Pero todavía a tiempo para recordarme que de ellos dependería la calidad de mi apostolado y el vigor de mi servicio. Al magisterio me llevé su carta sobre esa etapa.

Aquí nos indicaba usted que lo que había que desarrollar y someter a prueba es la “capacidad para dar y para darse”. Y así fue durante esos dos años intentos. También nos avisaba de eventuales encuentros con la dificultad y la frustración, encuentros que tal vez no fueron tan eventuales.

Luego nos ayudó usted a encarar los estudios de Teología con aquello de que es muy común experimentar una “especie de retroceso” al comienzo de esta etapa Después de un tiempo de actividad apostólica resultaba difícil adaptarse de nuevo a una comunidad de formación, y qué gran verdad. Al decirlo tan claramente nos ayudó a no dramatizar excesivamente esos días.

Y, por fin, su carta sobre la Tercera Probación.
Ella me ayudó en el discernimiento para elegir el lugar dónde hacerla, y efectivamente, no empleé ese tiempo para aprender idiomas, aunque tal vez dejé por eso de conocer algún país exótico.

Efectivamente, P. Kolvenbach, somos una generación que hemos crecido en la Compañía acompañados por su consejo y su autoridad. Hoy tengo la oportunidad de agradecérselo en esta Aula de la Congregación General. Usted nos ha hecho amar y apreciar la Compañía.
La Compañía de Ignacio y los primeros compañeros, la Compañía del P. Arrupe, la de tantos compañeros que han gastado, y gastan, su vida en el servicio de Cristo, pobre y humilde… para nosotros también, desde ahora, la Compañía del P. Kolvenbach.

Muchas gracias.
[Texto nunca leído el día de la renuncia del P. Kolvenbach]

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