domingo, 23 de enero de 2011

NOVENA A DON BOSCO, DIA 2.



AMOR DE SAN JUAN BOSCO A LA PUREZA.

San pablo, exhortando a los fieles a que conserven la excelente virtud de la castidad
les dice:

Esta es la voluntad de Dios, ¡Vuestra santificación! Por nombre de santidad entiende el Apóstol la castidad, porque nos hace semejantes a los Ángeles.
De aquí se deduce la excelencia de esta virtud, y con cuanta razón San Juan Bosco le aplicase las propiedades que Salomón atribuye a la sabiduría: Me vinieron todos los dones juntamente con ella.

Nuestro Santo, si bien resplandeció en todas las virtudes, podemos decir que su distintivo y la característica que quiso imprimir en su instituto fue la pureza.

Las palabras, el trato y, en general, todas las acciones, manifestaban tal candor y virginidad, que atraían y edificaban a todos los que se le acercaban, aún a los de corazón pervertido. Su apacible rostro tenía un especial atractivo para ganarse y cautivarse los corazones.

Lo que mas llamaba la atención de los que tuvieron la dicha de tratarlo en la intimidad de su vida, fue el solicito cuidado que ponía en practicar las mas insignificantes reglas de modestia.

No podía sufrir un ademán menos casto, ni una frase bien castigada, sin sonrojarse y corregir al culpado.

Sus escritos son un limpio espejo de su alma:

Resplandece en ellos tal delicadeza, que algunos llegaron a tacharla de exagerada.
En medio de sus jóvenes, era siempre la imagen acabada del divino salvador;
siendo la pureza que resplandecía en toda su persona el secreto de la ilimitada confianza que le tenían.

Se puede afirmar de él lo que de San Francisco de Sales:
Observado en aquellos actos de su vida en que los más recatados suelen permitirse alguna mayor libertad en las posturas, jamás se le vio faltar a la más insignificante regla de decoro.

En los sermones, conferencias y conversaciones no cesaba de insinuar a los demás el amor a la más bella de las virtudes.
Cuando hablaba del tesoro inestimable que en si encierra, cuando describía la belleza de un alma casta y la dicha que la inunda aún en esta vida; cuando recordaba el premio que el Señor le tiene preparado en el Cielo, su palabra llenaba el alma de dulces emociones, y los que lo oían no podían menos que exclamar:

“Solo quien es puro como un ángel, puede hablar de este modo”.

Prefería hablar de la pureza más bien que del vicio contrario; de que apenas si hacía mención en los términos más reservados y prudentes; pero sabia infundir grande horror hacia él, no tanto con la palabra cuanto con la virtud y afecto que brotaba de su corazón e infundía en los demás.

Sus educandos conocían su pureza y por esto lo veneraban; si se encontraban en
peligro de sucumbir a la tentación, bastábales acercarse a él para que al instante se
desvaneciese toda sugestión del mal. Cuando su mirada, penetrando en el interior del alma, conocía que el espíritu maligno trataba de seducir la fantasía y el corazón de alguno de sus niños, se le acercaba con dulzura y dándole una suave palmada en la mejilla, a manera de caricia, le decía con ternura al oído:

“No temas, no te he pegado a ti, sino al demonio”.

Estas palabras calaban en el espíritu y alejaban la tempestad del corazón.

Le preguntaba un jovencito atormentado por las tentaciones impuras la manera de librarse de ellas y el respondió:

“procura estar junto a mi y no temas”.

Quería que la pureza fuera el distintivo de los salesianos, como la pobreza
caracteriza a los hijos de San Francisco de Asís y la obediencia a los de San Ignacio.

Murió llevando consigo al sepulcro la blanca estola de la inocencia bautismal.
Sin los castos perfumes de una vida pura, delante de Dios y de los hombres, no se explicaría la conquista de tantas almas, ni el éxito admirable de su tan múltiple apostolado, ni el encanto que ejerció sobré las generaciones de su tiempo.

Si queremos que San Juan Bosco atraiga sobre nosotros las bendiciones de Maria
Auxiliadora y tengamos como norma de perfección la gran máxima de nuestro Santo:

“Me vinieron con ella (la pureza) todos los bienes”, y por consiguiente, sin ella, seremos victimas de todos los males, especialmente de la terrible condenación.


CONVERSIÓN PRODIGIOSA.

Años hacia que una distinguida señora de Turín se iba consumiendo a causa de un cáncer en el pecho.
Era esta señora una excelente cooperadora salesiana y sufría con paciencia tan cruel enfermedad; pero, casada con un hombre mundano y disipado, y viendo acercarse su muerte, se afligía al considerar el desamparo en que quedaban las tres hijas que componían su hogar.

Cierto día del año 1890, una persona le aconsejó que se encomendara a Don Bosco para obtener la salud, y ofreció unir a este propósito sus ruegos.

Aceptaba con gusto la indicación, comenso la enferma una novena al santo.

Una noche, precisamente el último día de la novena, le pareció que se iluminaba de repente su cuarto, y que luego, apareciéndosele San Juan Bosco entre resplandores, le anunciaba la obtención de la gracia.

Algo tardó la señora en volver de su asombro; pero, en efecto, se hallaba completamente curada.
Bien se adivina cual seria su impresión.

Avivada con esto su fe, hace al santo esta súplica:

-“yo no dudo de que a vos debo la gracia que acabo de recibir; pero confirmad mi persuasión, concediéndome además la conversión de mi marido”.

Comienza otra novena con este fin, y aun no había concluido, cuando una mañana advierte que su esposo se levanta más temprano que de ordinario y sale de casa.

Moviéndose por la curiosidad la señora quiso saber a donde se dirigía, y vistiéndose
a toda prisa, le siguió paso a paso.
Parecía que el corazón le auguraba un buen suceso.

Grande fue su sorpresa a ver que el marido entraba en una iglesia; entro también ella, pero con mucha cautela para no ser notada, y le vio arrodillarse a los pies de un sacerdote, y al cabo de un rato, recibir la santa comunión. Llena de contento, y dando gracias al cielo por este nuevo favor, regresó enseguida a su casa.

Momentos después entra también el marido cosa muy extraordinaria, pues salía muy temprano y no paraba en ella; dio con visible satisfacción los buenos días, y pidió una taza de café, habiéndosela servida en el acto.

¿Qué significa tan rara visita?, - le pregunto su esposa.

– Significa, - respondió el, - que yo he sido un miserable tonto; pero perdóname, que desde hoy haré una nueva vida. He ido a confesarme (doce años he pasado sin hacerlo), he comulgado y me siento feliz.

ORACION

¡Oh bienaventurado Juan Bosco!
Tu que amaste con amor de predilección la bella virtud de la pureza y la inculcaste con el ejemplo, la palabra y los escritos, haz que también nosotros, enamorados de tan indispensable virtud, la practiquemos constantemente y la difundamos con todas nuestras fuerzas.

Así sea.

Padre nuestro, avemaría y gloria al padre…
San Juan Bosco Rogad por nosotros.

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