“Nuestra acción educadora es «pastoral», no solo en el sentido de que, por parte del educador, nace y se alimenta, explícitamente y día a día, de la caridad apostólica, sino también en el sentido de que todo el proceso educativo, con sus contenidos y metodología, está orientado a la finalidad cristiana de la salvación, e impregnado de su luz y de su gracia”.
Para Don Bosco la instrucción religiosa era la base de cualquier educación. Aunque algo reductiva, tal vez la fórmula que mejor expresa su pensamiento es: honrados ciudadanos y buenos cristianos. Es decir, los valores de nuestra santa religión deben inspirar y orientar el desarrollo de las potencialidades del joven hasta cuando llegue a ser persona. Pero en el contexto de la evolución de las sociedades modernas no resulta claro que educación y evangelización deban proceder unidas e interactuar. “Hoy día se tiende a presentar el hecho educativo, predominantemente, de forma laicista”.
Es fácil interpretar “la profesionalidad de los educadores” reduciéndolos al nivel de simples docentes. Muy a pesar nuestro el peligro de la fractura entre papel cultural y tarea pastoral no es imaginario. Educar y evangelizar son dos acciones diferentes de por sí, pero la misma unidad de la persona del joven exige no separarlas. La actividad educativa se coloca en el ámbito de la cultura y pertenece a las realidades terrenas; se refiere al proceso de asimilación de un complejo de valores humanos en evolución, con una meta específica y una legitimación intrínseca que se puede instrumentalizar.
Su finalidad es la promoción del hombre, es decir, que el adolescente aprenda el oficio de ser persona.
Se trata de un proceso que se verifica a través de un camino de crecimiento largo y gradual. “Más que tender a imponer normas, procura hacer cada vez más responsable la libertad y desarrollar los dinamismos de la persona, apelando a su conciencia, a la autenticidad de su amor y a su dimensión social. Es un verdadero proceso de personalización, que debe madurar en todo individuo”.
La educación no puede reducirse a simple metodología. La actividad educadora está vitalmente ligada al desarrollo del individuo. “Es una especie de paternidad y maternidad, como si se tratara de una generación humana compartida para el desarrollo de valores básicos, tales como la conciencia, la verdad, la libertad, el amor, el trabajo, la justicia, la solidaridad, la participación, la dignidad de la vida, el bien común, los derechos de la persona.
Precisamente por eso, procura también que se evite lo que degrada y desvía: las idolatrías (riqueza, poder, sexo), la marginación, la violencia, los egoísmos, etcétera. Se dedica a que el joven crezca desde dentro, a fin de hacerse hombre responsable y actuar como un ciudadano honrado.
Educar quiere decir, pues, participar con amor paterno y materno en el crecimiento del sujeto a la vez que se cuida también, para ello, la colaboración con otros, pues la relación educativa supone varios agentes colectivos. En cambio, la evangelización por sí misma se ordena a trasmitir y cultivar la fe cristiana; pertenece al orden de aquellos acontecimientos de salvación que provienen de la presencia de Dios en la historia y se dedica a hacerlos conocer, a comunicarlos y hacerlos vivir en la liturgia y en el testimonio.
Puntualizadas estas diversidades, diremos que en todas las situaciones debemos considerar fundamental e indispensable la relación mutua entre maduración humana y crecimiento cristiano.
En su discurso al CG23, Juan Pablo II decía: “Habéis elegido bien: la educación de los jóvenes es una de las grandes cuestiones de la nueva evangelización”.
Y el entonces cardenal Ratzinger recordaba, en el encuentro de la Inspectores de Europa, que a los salesianos les tocaba seguir siendo “profetas de la educación”. Por esto nosotros hablamos de “evangelizar educando y educar evangelizando”, convencidos que la educación debe tomar inspiración del Evangelio y que la evangelización exige adaptarse a la condición evolutiva del educando.
Nuestro modo de evangelizar tiende a formar la persona madura en sentido pleno. Nuestra educación tiende a abrir a Dios y al destino eterno del hombre. Para ser evangelizadora, la educación debe tomar en consideración algunos elementos: la prioridad de la persona con relación a otros intereses ideológicos o institucionales; el cuidado del ambiente, que debe ser rico de valores humanos y cristianos; la calidad y coherencia evangélica de la propuesta cultural que se ofrece a través de programas y actividades; la búsqueda del bien común; el compromiso hacia los más necesitados; la pregunta acerca del sentido de la vida, el sentido trascendente y la abertura a Dios; el ofrecimiento de propuestas educativas que despierten en los jóvenes el deseo de crecer en su propia formación y en el compromiso cristiano en la sociedad y a favor de los demás.
El educador cristiano con estilo salesiano es aquel que asume la tarea educativa considerándola una colaboración con Dios en el crecimiento de la persona.