SAN JUAN BOSCO PADRE Y MAESTRO DE LA JUVENTUD
El educador es un verdadero apóstol puesto que, como los apóstoles ha recibido la divina misión de enseñar.
La salvación del hombre depende principalmente de la educación recibida en la niñez.
En el fondo del corazón de cada niño ha depositado Dios el germen de la felicidad eterna; si una mano experta no lo cultiva cuidadosamente, prevalecerán los vicios y ahogaran las virtudes, que son las únicas que pueden darle la paz en esta vida y la dicha eterna en la otra.
Es, pues, la educación de la juventud la obra de celo por excelencia. A ella fue llamado expresamente nuestro santo con divina vocación, desde sus más tiernos años.
Quiso además Dios y así se manifestó en repetidas visiones, que no solamente él se dedicase a esta tan grande obra de celo, sino que fuese el fundador de dos congregaciones religiosas que perpetuasen su apostolado a favor de la juventud.
Este apostolado no es nuevo en la Iglesia; ya otros educadores y otros santos se dedicaron antes que él a este ministerio. Pero San Juan Bosco se distinguió entre todos, no por la novedad del apostolado, sino por la novedad del método. Hacer del ambiente un ambiente familiar, donde el jovencito entre los mismos cuidados, el mismo afecto, la misma asistenta que hay en el seno de la familia cristiana; unirse a los niños con una entrega completa de si mismo; participar de sus diversiones para vivir su vida misma; amar todo lo que ellos aman para ganarse su mente y corazón con el fin de dulce y fuertemente hacia el bien, fue la feliz innovación que trajo San Juan Bosco al campo de la Pedagogía.
En cada casa Salesiana todos deben formar un solo corazón y una sola alma; el que la dirige es el padre, los demás superiores son otros tantos hermanos y los alumnos son los hermanos menores. El afecto y la confianza unen a los miembros de esta familia.
Los unos por vocación y espíritu de sacrificio, educan paternalmente, y los otros, por fácil correspondencia son verdaderos hijos guiados únicamente por el amor.
Amar sinceramente a los niños y hacerse amar de ellos, he aquí la gran máxima de San Juan Bosco.
Cuando el alumno se convence que los superiores y maestros lo aman y que todos sus cuidados están dirigidos exclusivamente e su bien espiritual y corporal, no solo corresponderá a su amor,
sino que temerá desagradarlos.
En todo esto, nuestro santo no hacia otra cosa que reproducir en pleno siglo XIX la célebre página del evangelio en que Jesús nos describe el buen pastos que conoce a sus ovejas y camina delante de ellas, que no huye a la llegada del lobo, que no descansa sino cuando todas las ovejas están al reparo, y que día por día, hora por hora, les prodiga toda su vida.
En este sistema de educación se trata de poner en práctica la inspirada pagina de san Pablo en que exalta la divina belleza de la caridad de nuestro Señor Jesucristo, cuando dice:
La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo.
Solo el que este animado de gran celo y de verdadero espíritu de sacrificio podrá cumplir exactamente ese ministerio sublime.
Este sistema establece entre el educador y el alumno un contacto íntimo, familiar, del cual brota parte del alumno un cordial y sincero abandono en manos de su preceptor.
Por esto es que en las casas salesianas se ven juntos en recreos y paseos, en el estudio y en la capilla maestros y alumnos; la autoridad baja de su cátedra y se pone, sin comprometerse, al nivel del joven y lo rodea de una vigilancia asidua y afectuosa. Es el sistema que rompe inexorablemente todas las barreras que un respeto mal entendido
quisiera que levantasen entre maestros y alumnos. En una palabra, el maestro se hace todo para todos, para conquistar los jóvenes para Jesucristo.
Así lo consignó nuestro santo en una carta que escribió a sus hijos desde Roma, después de una de las visiones que mas claramente determinan su sistema educativo. Decía: “mi pedagogía es hija del amor”.
Contribuyamos con nuestras oraciones y limosnas a esta grande obra de
regeneración social cristiana, cooperando a las obras de don Bosco.
DON BOSCO CURA A UNA RELIGIOSA
Sor Provina Negro, perteneciente a la casa de Hijas de Maria Auxiliadora de Giaveno, tenía una ulcera gástrica, que solo pudo diagnosticarse cuándo no había remedio para tan terrible mal. Los dos meses que estuvo en Turín enferma sometida a tratamiento medico, fueron dos meses de atroces sufrimientos. No podía tragar ni siquiera una gota de líquido; la lengua y el paladar parecían como de leña seca; no le era posible movimiento alguno; decir una sola palabra le producía un tormento indecible, y abrir las manos una conmoción dolorosísima. Ya parecían perdidas para siempre las últimas ilusiones, a las que
tenazmente se aferra el amor instintivo a la vida.
Pues bien, entonces precisamente se despertó en la atribulada alma de la abatida paciente la fe conmovedora de las grandes crisis del dolor, para obtener de San Juan Bosco el remedio que la ciencia medica impotente le negaba. Ardientes súplicas salieron de su corazón impetrando del buen padre la curación suspirada; y a ellas por fin, puso por remate un rasgo de energía y admirable resolución: con el supremo esfuerzo que le presto una ciega confianza en la bondad y valimiento del santo, hizo una bolita de estampa del siervo de Dios, que tenia entre las manos; y después de breve oración y sin preocuparse de la
prohibición de tragar cosa alguna, rápidamente la hizo pasar por la garganta.
Un pujante estremecimiento de vida la sacudió en el instante mismo; sintió como si una oleada de calor vital de la cabeza a los pies la inundase. Y entonces gritó clamorosa:
¡Estoy curada, estoy curada! Llorando de emoción se movía y revolvía sin experimentar la más leve molestia. Intento abandonar el lecho, y se sostuvo perfectamente; trato de andar y anduvo con firmeza. Aquella noche le pareció eterna. Al toque de levantarse se lavó, arreglo su lecho y los objetos de uso personal, y salio para asistió a la misa de comunidad.
¡Cuanto costo vencer la prudente incredulidad de sus superioras y hermanas! Pero, finalmente triunfó de la incertidumbre que presentaba lo ocurrido como si fuera efecto de una simple efímera sugestión. La instantánea curación, entonces completa, se conservó después.
ORACION
Oh Dios, que revestiste a tu siervo Juan Bosco de los esplendores de tu divina paternidad y le diste un corazón capaz de amar a toda la juventud de la tierra, haz que por sus oraciones y por sus meritos, los jóvenes cristianos sigan los caminos de santidad por él trazados, y los pobres jóvenes paganos entren en el redil de Jesucristo, que ha dicho:
“Dejad a los pequeñuelos que vengan a mi”. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Así sea.
Padre nuestro, avemaría y gloria al padre…
San Juan Bosco Rogad por nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario