Si realmente Jesús nació hace más de dos mil años, "todo cambia", explicó Benedicto XVI en la misa de Nochebuena para explicar cómo la Navidad tiene una importancia decisiva en la vida de cada persona.
La homilía de la celebración eucarística, presidida en la Basílica de San Pedro, se convirtió, por tanto, en una exhortación a dejar el primer lugar en la propia existencia a Dios.
La celebración, que en este año comenzó a las 10 de la noche, quedó perturbada al inicio por el gesto de una mujer que se abalanzó sobre el Santo Padre provocándole una caída de la que se alzó inmediatamente.
El obispo de Roma, al meditar en el misterio que se vivió en Belén hace más de dos mil años, aseguró que la noticia del nacimiento de Jesús "no puede dejarnos indiferentes".
"Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí", afirmó.
Dios la prioridad
"La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas", reconoció.
"Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto - se piensa - siempre se podrá hacer", aseguró.
Ahora bien, "si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios", afirmó citando la famosa máxima de la Regla de San Benito: "No anteponer nada a la obra de Dios"
"Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida", aclaró. "El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas".
"Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo", reconoció. "Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo".
Dios "viene a nuestro encuentro"
Ahora bien, "no podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo".
"La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor".
"Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él tiene el poder y es la Bondad".
"Nos invita a ser semejantes a Él. Sí, nos hacemos semejantes a Dios si nos dejamos marcar con esta señal; si aprendemos nosotros mismos la humildad y, de este modo, la verdadera grandeza; si renunciamos a la violencia y usamos sólo las armas de la verdad y del amor".
El pontífice concluyó su meditación con esta oración: "Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado".
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