19 de mayo: por las Comunidades Católicas “oficiales”
Sepan desarrollar con fidelidad el ministerio que se les ha confiado “dando a César lo que es de César”, pero sin descender a componendas en lo que es de Dios y de su Iglesia.
¡Queridos hermanos y hermanas!
En el corazón de mi visita pastoral a Génova, hemos llegado a la hora de la habitual cita dominical del Ángelus, y mi pensamiento vuelve naturalmente al Santuario de Nuestra Señora de la Guardia, donde esta mañana he estado en oración. Peregrino en ese oasis montano, allí se acercó muchas veces el Papa Benedicto XV, vuestro ilustre conciudadano, quien pidió que se colocara una reproducción de la querida imagen de la Virgen de la Guardia en los Jardines Vaticanos. Y como hizo mi venerado predecesor Juan Pablo II, en su primer viaje apostólico a Génova, también he querido iniciar mi visita pastoral con el homenaje a la celeste Madre de Dios, que desde lo alto del monte Figogna vela por la ciudad y por todos sus habitantes.
La tradición relata que a Benedetto Pareto, inquieto porque no sabía cómo responder a la invitación de construir una iglesia en aquel lugar tan distante de la ciudad, la Virgen, en su primera aparición, dijo: «¡Confía en mi! Los medios no te faltarán. Con mi ayuda todo se resultará fácil. Mantén sólo firme tu voluntad». «¡Confía en mí!». Esto nos repite hoy María. Una antigua oración, muy querida a la tradición popular, nos permite dirigirle estas confiadas palabras, que hoy hacemos nuestras: «Acuérdate, oh Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorado tu auxilio, reclamado tu socorro, ha sido abandonado». Es con esta certeza con la que invocamos la materna asistencia de la Virgen de la Guardia sobre vuestra comunidad diocesana, sobre sus Pastores, las personas consagradas, los fieles laicos: los jóvenes, las familias, los ancianos. A Ella le pedimos que vele, de manera especial, por los enfermos y todos los que sufren, y que haga fructíferas las iniciativas misioneras que están en marcha para llevar a todos el anuncio del Evangelio. A María confiamos juntos toda la ciudad, con su variada población, sus actividades culturales, socales y económicas; los problemas y los desafíos de nuestro tiempo, y el empeño de cuantos cooperan por el bien común.
Amplio ahora mi mirada a toda Liguria, constelada de iglesias y santuarios marianos, puestos como una corona entre el mar y las montañas. Junto a vosotros doy gracias a Dios por la fe robusta y tenaz de las generaciones anteriores que, en el curso de los siglos, han escrito páginas memorables de santidad y de civilización humana. Liguria, y en particular Génova, es desde siempre una tierra abierta al Mediterráneo y al mundo entero: ¡cuántos misioneros partieron de este puerto hacia América y otras lejanas tierras! ¡Cuánta gente de aquí ha emigrado a otros países, pobre tal vez de recursos materiales, pero rica en fe y en valores humanos y espirituales que después ha trasplantado en los lugares de arribo! Que María, Estrella del mar, siga brillando sobre Génova; que continúe María, Estrella de la esperanza, guiando el camino de los genoveses, especialmente de las nuevas generaciones, a fin de que sigan, con su ayuda, la ruta justa en el mar frecuentemente tempestuoso de la vida.
SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
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